miércoles, 5 de noviembre de 2014

Del libro La réplica de las sombras

TU VOZ...

Tu voz...
Tu cuerpo sin pronombres posesivos,
como tierra de nadie.
Tus iris largas,
paradas...
como un largo pensamiento detenido
bajo el breve temblor de tu epitelio
donde hierve una vida de planetas:
Universo
tuyo por el cual transito.
Por él
me voy adentro,
a tu profundo lago
vital y te registro
buscando el vivo
segundo de nostalgia
que el tiempo haya querido respetarnos


PERSISTIRÉ EN TU VOZ

                                                                A María José, mi mujer.

Persistiré en tu voz
de pluma sin reposo,
enarbolando nombres de azucena,
lluvia, amor, caracolas,
desde tu pecho lleno de linternas
al punto breve de tu verbo claro
(húmedo mar sin fondo ni fronteras).
Persistiré en tu pelo, extenso bosque,
donde halla paz mi pena y se consuela
mi ánimo, herido
por sus días amargos,
por sus lunas en vela.
Persistiré en el vidrio
sereno de tus ojos,
y en la llama fulgente de tus venas,
y en el mundo eclipsado de tu pecho
donde el nervio de mis vasos aletea
aceptando un alegre sufrimiento.
Persistiré en ti,
bordado en cada pliegue de tu cuerpo,
como un amor constante que fermenta,
para ofrecerte siempre
cualquier cosa y al menos,
cuando nada, la palabra <<persistencia>>.


AFÁN DE PERPETUIDAD

Presentimos la caña y la tortura,
el liquen untuoso, el desamparo
de la costra que nos puso la distancia
entre el tiempo de ser y el que esperamos.
Presentimos una rosa sin etapas,
un frágil desconcierto sin locuras,
un amén a las cosas que las manos
se tropiezan sin fuste en su andadura.
Presentimos la gota sin su cálamo
-disuelta-, sin saber
a qué mar congregarse, en qué espesura
verter su ritmo vano.
Presentimos la luz que no alcanzamos
tras la tibia mampara de los sueños
y el olor de las cosas imposibles
repartiendo su rabia en nuestros huesos.
Presentimos la voz (el coletazo)
que nos llama a bogar en la otra orilla,
y nos crece el afán entre las horas,
prodigando en la tierra la semilla
que nos hace pensar que no nos vamos
sin dejarnos al menos nuestra huella
floreciendo en los pulsos de otras manos.


NO MERECE LA PENA

Preocuparnos por el hueso,
el destino de la carne y sus banderas;
preocuparnos por el diente
y su exilio permanente en la madera,
no merece la pena
si nos fluye la vida ahora a raudales
(¡batir de alas inmensas
bajo el témpano rosa de la carne!).
No merece la pena
morirse en aticipos, por entregas,
si un viento nos aguarda en cada esquina
y el sol de cada día
nos ofrece el peldaño de otras metas.

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