domingo, 30 de octubre de 2011

Del libro Voces de la espera

TRÁNSITO

Detrás el ruido.
El incesante alboroto de una aurora desangrada.
Delante el mármol
virtuoso y helado del silencio.
Detrás la carga
de los días sopesando en el espacio
el dolor de las horas.
Delante
la rosa negra, marchita,
de la ausencia sin contornos ni durezas,
blandamente.
Enmedio el vértigo...


EN LA CAMA AÚN

Cierro los ojos
y callo. Hay un tumulto
de frases escondidas en las sienes.
Una palabra angosta.
El ligero zumbar de las ideas
formulando rosarios de ceniza.
Abro los ojos:
lo primero es el techo
repartiendo en el aire su ambarino
color de muerto.
Después la persistente
labor de la carcoma
ejecutando su historia en la madera.
La luz y el vidrio.
Un estanque de polvo
repartido en la mesa de trabajo.
Cierro los ojos...


OLVIDO

Sobre la mesa un libro
(viejo cincel de la memoria).
Unas cuartillas y el polvo
de muchas horas.
Sobre la mesa
unos papeles viejos,
la distante geografía de un poema,
un rápido de polvo y una historia
sin sorpresas.


A UNA ACACIA

Como una mano
te crispas en la noche y me confiesas
tus últimos secretos.
Concederé un minuto
al éxtasis doliente de tu esencia,
al ansia prematura
de arañar el cielo inasequible.
Silencio... Deja, deja...,
que ya, sagaz, te medité bastante;
el tiempo me ha arruinado la destreza
y tú, inmóvil, sola, me adelantas
el don de la materia.


MI MANO EN EL AGUA

¡Cómo me va quemando
sobre la carne el agua!
Fluye, respira, lame y se despide,
ni más ni menos.
Anida en mis poros, los llena
de líquidos besos
y deja
una ausencia de mundos
entre mis dedos,
ni más...
ni menos.


EL RELOJ PARADO

¡Qué goce de horas heladas
sobre el reloj, en las siete!
Nada respira, los muebles
se han dormido bajo un agua
difunta de lirios blancos.
Ni un ruido, nada, silencio...
No existe, no late el tiempo;
sólo un vértigo dorado,
que no es vértigo ni es nada,
sepulta bajo la tarde
una angosta rosa mate
de pólvora desgranada.
Ni tú ni yo ni nadie:
¡sólo un silencio de polvo
helado sobre el rescoldo
de muchas horas en balde!


IMAGEN

Estás conmigo
en actitud de entrega,
sutil, ligera,
como una sombra virgen.
Sin peso. Sin materia.
Estás conmigo
y tu silencio
lunar me puebla
de eclipses y banderas,
de besos sin destino,
de raíces y de niebla.
Estás conmigo:
vaga (¡tú!) en la memoria,
yo te adivino
-sueño gigante,
extensa geografía
tuya, intocable-.
Estás conmigo.
Frágil. Distante.
Yo te reclino
cada noche en mi sueño,
en mi cansancio,
y muy despacio
te nombro, te requiero...
Y se congrega entonces
tu luz en mi memoria
(¡eterna tú por siempre,
celadora en mis sueños,
vaga sorpresa
que acude puntualísima,
siempre en mí, a cada espera!).


PROCESO DE AMOR

Cuando eras -sí- deseo,
soledad, sombra apenas;
arquitectura vaga
con nombre de promesa,
te conocía los huesos,
el labio y las heridas.
Sabía, en tu silencio,
contarte las palabras,
adivinarte el eco
y sus cadencias.
Pero me fui incluyendo
en ese roce dulce
de tu cuerpo y mi cuerpo,
de tu risa y mi risa,
y tan adentro
-tan en mí- quedaste inmersa,
que sin quererlo,
sin tú saberlo apenas,
te fui desconociendo.


TU CARNE ERA, DE NOCHE

Tu carne era, de noche,
un lógico equilibrio de banderas.
Una playa tendida
en mitad de un océano sin fronteras.
El ruego de un eclipse.
O el lívido abandono de la luna
después de un blanco fácil.
Don, éxtasis, locura...
Secreto sin palabras que pronuncia
el verbo de la sangre.
Tú, sola, mía no:
del sol, del viento, el agua y de los mares.
Carne tuya, celeste,
así, olorosa tú, eternamente,
por ser en esta noche,
¡ahora!,
inaccesible al reto de mi cuerpo.


YO TENGO QUE INVENTARTE CADA NOCHE

Yo tengo que inventarte cada noche
para saber que existes,
para saber que eres
anterior a mi sueño;
que no te doblo siempre en cada imagen
involuntariamente:
que eres tú -¡tan de mí!-
el fruto de un esfuerzo
ganado a la materia
que te ha forjado el cuerpo.

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