miércoles, 5 de noviembre de 2014

Del libro Las manos transparentes

SEMBLANZA DE UNAS MANOS EN ACTITUD DE ENTREGA

Mirad mis manos:
antiguas son, como el amor del mundo,
y así,
tendidas y oferentes,
son pura llaga de amor,
son transparentes;
por el dolor del hombre
son penitentes
y por su gozo
espuma son,
preñadas de alborozo.


El hombre en la ventana
ha tocado la dormida frente
de la mujer en paz.
¿Qué secretos llevará consigo
la piel en la memoria?
¿Qué fría transparencia
albergará su tacto?
En el doble sentido de este acto
el hombre reconoce
el vencido calor de las arterias:
un vértigo de venas incendiadas
que ahora la frialdad diluye,
un caos,
un mudo dolor que sustituye
a las felices horas compartidas.
Es simple el gesto, mas en él concita
todo el amor que siente
y todo el dolor que lo habita.


Tocarán mis manos
lo que otras manos, antes,
dejaron de tocar eternamente:
la salvia y el espliego,
el gastado dolor de la ceniza
o el brote azucenado del almendro;
conocerán el tacto
inasible del agua y de la espuma
que a diario nos lava y nos bautiza,
y el vértigo del sol, que caureriza
la herida más profunda.
Sabrán mis manos
del ritmo evanescente de las brumas
que ciñen
de vana ceguedad nuestros inviernos;
conocerán el cierzo
más puro y más cortante,
y el gélido blancor
de la nieve, más escasa, más distante.
Cumplirán fielmente los dictados
más nimios de su simple cometido
(conducta inevitable
de una antigua heredad sin precipicios),
y habrá un instante
sutil, ligero, apenas un indicio,
que signará para siempre el sentido
de aquello que tocamos vanamente,
incapaces de haberlo retenido.



EL REGRESO

Sobre mí la tarde se cierne
en esta tarde de encendidos fuegos
y es dura la memoria,
inclemente, mientras mudo cruzo
los olvidados campos de la infancia:
vencidas hojas oscurecen
las lindes del camino,
y a los pies de los pinos
el mismo jugo mineral florece.
Crece el bosque a medida
que sucumbe entre nosotros la distancia
y es un pálpito azul, una fragancia
de antiguas reconquistas
la tierra que recoge mi llegada.
Bien sé que es otro el tiempo,
distinto el pulso, ajenos los lugares
que han ceñido mis horas más cercanas,
mas,
en este instante en que, feliz, regreso
a los dormidos campos de la infancia,
presiento que en ellos aún perdura
el vuelo de mi sombra, sosegada,
y yo lo reconozco.


LA ALDEA BAJO EL AGUA (ALCANTARILLA JOVER)

Como un viejo, cansino espectro, se iza
un viejo torreón desde la charca,
y con severa mirada abarca
un derrumbre, a sus pies, de mil calizas.

Una ebria seriedad caracteriza
su planta de guerrero y de monarca,
imbatido señor de la comarca
(en pie su yelmo, el corazón en trizas)

que con llanto de tejas y de tizas
llora la soledad que lo demarca,
lo oprime y lentamente lo agoniza...

Hoy surca sus dominios una barca
y, un instante, su pueblo lo eterniza
batiéndose por él bajo la charca.


Miro las simples cosas que nos unen:
los libros en sus viejos anaqueles;
la calle y sus acacias;
los rostros singulares
que mutuamente conocemos
temblar bajo el saludo cotidiano...
Son sencillas y hermosas sus verdades.
Desde sus vagos signos
la misma singladura nos sonríe
y anuncia la vigencia del latido
que impulsa nuestro afán hacia la vida.
Felices somos
por estas simples cosas
y desdichados somos en la certeza
de que un solo segundo
habrá de distanciarnos para siempre.


Regresarán los sauces a mis ojos,
el demorado llanto
de su encendida savia
anidará en la ausencia de mis poros;
serán vértigo, detenido espasmo
de auroras sin mañana.
regresarán los ríos,
varados en sus cuencas
(el níquel de sus aguas derramadas)
a la pulsión ausente de mis venas.
Regresará la espuma
del alba en la maleza,
en las frías mañanas del invierno,
liviana ya,
sin peso,
sin aristas de hielo,
sin dureza.
Regresarán los brotes tiernos
de mayo en la azucena
al tacto diluido de mis dedos,
y el ábrego de enero
golpeará el silencio de las puertas
clamando inútilmente mi regreso.
Será sólo un instante
(coronada la cúpula del miedo
y su dureza)
en que, vencido ya, y distante,
concitará la muerte en mi cabeza
el detenido amor de cada imagen
y el perdurable afán de cada huella.


Del libro La réplica de las sombras

TU VOZ...

Tu voz...
Tu cuerpo sin pronombres posesivos,
como tierra de nadie.
Tus iris largas,
paradas...
como un largo pensamiento detenido
bajo el breve temblor de tu epitelio
donde hierve una vida de planetas:
Universo
tuyo por el cual transito.
Por él
me voy adentro,
a tu profundo lago
vital y te registro
buscando el vivo
segundo de nostalgia
que el tiempo haya querido respetarnos


PERSISTIRÉ EN TU VOZ

                                                                A María José, mi mujer.

Persistiré en tu voz
de pluma sin reposo,
enarbolando nombres de azucena,
lluvia, amor, caracolas,
desde tu pecho lleno de linternas
al punto breve de tu verbo claro
(húmedo mar sin fondo ni fronteras).
Persistiré en tu pelo, extenso bosque,
donde halla paz mi pena y se consuela
mi ánimo, herido
por sus días amargos,
por sus lunas en vela.
Persistiré en el vidrio
sereno de tus ojos,
y en la llama fulgente de tus venas,
y en el mundo eclipsado de tu pecho
donde el nervio de mis vasos aletea
aceptando un alegre sufrimiento.
Persistiré en ti,
bordado en cada pliegue de tu cuerpo,
como un amor constante que fermenta,
para ofrecerte siempre
cualquier cosa y al menos,
cuando nada, la palabra <<persistencia>>.


AFÁN DE PERPETUIDAD

Presentimos la caña y la tortura,
el liquen untuoso, el desamparo
de la costra que nos puso la distancia
entre el tiempo de ser y el que esperamos.
Presentimos una rosa sin etapas,
un frágil desconcierto sin locuras,
un amén a las cosas que las manos
se tropiezan sin fuste en su andadura.
Presentimos la gota sin su cálamo
-disuelta-, sin saber
a qué mar congregarse, en qué espesura
verter su ritmo vano.
Presentimos la luz que no alcanzamos
tras la tibia mampara de los sueños
y el olor de las cosas imposibles
repartiendo su rabia en nuestros huesos.
Presentimos la voz (el coletazo)
que nos llama a bogar en la otra orilla,
y nos crece el afán entre las horas,
prodigando en la tierra la semilla
que nos hace pensar que no nos vamos
sin dejarnos al menos nuestra huella
floreciendo en los pulsos de otras manos.


NO MERECE LA PENA

Preocuparnos por el hueso,
el destino de la carne y sus banderas;
preocuparnos por el diente
y su exilio permanente en la madera,
no merece la pena
si nos fluye la vida ahora a raudales
(¡batir de alas inmensas
bajo el témpano rosa de la carne!).
No merece la pena
morirse en aticipos, por entregas,
si un viento nos aguarda en cada esquina
y el sol de cada día
nos ofrece el peldaño de otras metas.